Esta escopeta recarga sus cartuchos,
repletos de tinta, y dispara al azar,
alcanzando escrupulosamente a su diana,
alcanzando regularmente al palpitar,
que ruega no ser encerrado en el cajón,
que ruega no ser ahogado en la baja mar
de la inerme inmovilidad y desazón:
que ruega huir de la inmediata mediocridad.
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