Sobre un antiguo puente de piedra
titubea la frágil presencia
de una sombra, de noche envuelta.
Vuelve la quietud, casi por despecho
mientras los pinos mecen, a tientas,
un sosegado baile de silencio.
Un horizonte teñido en penumbra
relega sus cirios a la luna;
y brinda incluso más espesura
a unos ojos que niegan su reflejo,
pues todo este ensueño se anuda
y desata en apurado verso.
Permanece el velo de negrura
sobre la piedra, jugando el viento
sobre su espalda desnuda,
y sus labios ya son témpanos
que me condenan a perderla
toda vez que la recuerdo.
toda vez que la recuerdo.