martes, 11 de junio de 2013

Propósitos malogrados

Entonces me encolericé y maldije, con la maldición del silencio, el río y los nenúfares y el viento y la floresta y el cielo y el trueno y los suspiros de los nenúfares. Y quedaron malditos y se callaron. (Edgar Allan Poe, “Silencio”)



Abres la puerta, y cierras los ojos. Cierras los ojos porque no deseas ver lo que hay al otro lado, porque la valentía que reuniste para situarte delante de lo excepcional se agota en ello mismo, y solo puedes rodearlo y escrutarlo a través de cristales traslúcidos. Puede que la pulcritud delimitada sea un simple ejercicio de sensatez, pero el cinismo no deja de ser una noble elegía a la imprudencia en su homenaje póstumo.


“Si quieres, puedes pasar, pero no te garantizo que te quedes, pues ello sólo lo determinará tu férrea voluntad, cuyo valor emerge frente al oscurantismo de la incertidumbre” nos revela una figura emergiendo tras una luz cegadora, que, cubierta bajo fastuosos ropajes,  nos tiende su mano mientras en la otra aferra nuestra soga. Y la oscuridad, entre tanto, perece ante la luz por venganza de ésta, que ejerce su tiranía al despojarse de su ancestral enemigo.