Razonablemente, sería más
asequible cerrar y sellar, para no volver a ser atravesadas, aquellas puertas
entreabiertas, en las que un hilo de luz reaviva la llama de un fuego ya
extinguido hace tiempo en los suburbios de nuestro inconsciente. Hubiésemos ansiado
descolgar aquellos retratos, donde los inmortalizados rostros de aquellos a
quienes hemos decepcionado nos atormentan con sus férreas miradas, que se
clavan en todas y cada una de las erráticas actitudes que nos han desposeído.
Ambicionaríamos poder vagar
por aquellas calles, sin encontrarnos en cada esquina con aquellos ojos que nos
desdeñaron; ser capaces de alcanzar la cima de una montaña, y que las nubes no
nos recordasen cuántas preguntas enterraremos, y cuántas respuestas escaparan y
se perderán en la nebulosa de nuestras erráticas cavilaciones. Hubiésemos
codiciado sentarnos a la orilla del mar, aferrar un puñado de arena entre
nuestros dedos, y poder complacernos en evitar que un mismísimo grano se escapara
de nuestra palma, mientras, a lo lejos, nuestro incansable observador sonreía a
la vez que se fundía con el horizonte, sumergiéndose en el las profundidades
del olvido.
Entre tanto, momentos hay en
los que se encienden brevemente las antorchas en nuestro desorientado tránsito
por éste desfiladero de formas indeterminadas, y juntos, nos rendimos fascinados
ante el desvanecimiento de las quimeras, que antes de que todos yaciéramos bajo
las estrellas, ahuyentaron a nuestros más terribles demonios. A su vez, la
bruma que nos envuelve en nuestro descenso a los recónditos parajes de las
pasiones humanas, donde se hallan los impenetrables abismos de nuestra
vehemencia, nos envolverá y embelesará antes de que insolubles incógnitas sentencien
nuestra tenacidad al más irreparable desconsuelo.
Nos deleitamos en acariciar
las suaves melodías que en la espesura se confunden con los dulces susurros que
nos dedica el viento, mientras éste, sagaz, recorre los términos de nuestra consciencia.
Abrimos las puertas de lo desconocido, y nos contentamos con la marcha de
ilusiones que desfila ante nuestros ojos, y distrae nuestra travesía, mientras
desdibujamos los trazos que en algún tiempo delimitaron la frontera con lo
indeseable. Nos extasía el humo en el que se confunden los delirios; en el que
liberamos todo lo que nos apresó algún día.
Embelesados ante los contornos
de lo inalcanzable, caemos seducidos por el intangible influjo de los ensueños
que nosotros mismos concebimos. Calculamos y delimitamos nuestra diligencia
mientras cincelamos nuestras pisadas, esperando condescendencia hacia nuestra ineludible
confusión. Nos sumergimos en el vasto océano cuyas olas mecen nuestro
destino, y surcamos los cielos que se extienden sobre nuestro ingenio,
reanimando el fuego que mantiene despierta nuestra crepitante e impetuosa
esencia. Pero desde luego, en ocasiones, desearíamos no desear.