miércoles, 20 de marzo de 2013

Confesión de un desconocido

Si el raído devenir de las horas me concediese una tregua, pretendo aceptar tal obsequio, y no en balde. Desearía que escucharan con detenimiento mi historia, y meditaran sobre aquello que me dispongo a contarles. Les desvelo que la historia que les voy a relatar es una invención, pero, ¿Por qué debieran subestimar su valía? ¿Acaso no es, el más insigne de nuestros anhelos, una ficción manipulada por nuestras pasiones? ¿Qué es nuestro paso por este mundo, sino una mota de polvo depositada en la inmensidad?

Ella solía pasear todas las noches por las orillas de aquel lago, sumergido en una oscuridad que sólo el atrevido firmamento se atrevía a mancillar levemente. Caminaba cerca del agua serena, sobre la que se reflejaba el manto estrellado que se cernía sobre ella. Finalmente, se detenía, y contemplaba pausadamente la figura de aquella que coronaba el firmamento en la noche y que la acompañaba en su enigmático ritual.

Cada noche llevaba a cabo aquel itinerario; pero en una de ellas, finalizando su recorrido, alzó su cabeza, y consternada, vio cómo ya no estaba su amada compañera. Desconsolada, se giró para volver apresuradamente a su hogar, y en ese momento sintió una presencia tras de sí

“No temas, pues no he desaparecido. He visto cómo me observas, desde éste lago. Tu cálida presencia me ha reconfortado especialmente, y gracias a ti he logrado escapar de mi prisión esta noche. Largo tiempo he estado apresada en mi trono, encadenada, obligada a custodiar la soledad de aquellos que escapan de la amargura. Pero tú has levantado la vista, y me has liberado de éste tormento esta noche, por lo que en señal de gratitud, te contaré mi historia.

Yo era una dama de belleza incomparable, cuyo afán y mayor entretenimiento consistía en volver locos por mí a desafortunados hombres, para luego rechazarlos. Tal era mi soberbia, que en mi corazón no pesaban tales agravios que causaba, y no mermaba mi ruin diversión por despojar de sus corazones a mis abochornados pretendientes, para después deshacerme de ellos sin mayor reparo.

Mas un buen día, hubo un hombre al que no pude rechazar, pues su presencia me cautivó desde un primer momento. No podía rechazar a aquel que, entre tantos, había despertado mi atención. Y una vez que comenzó a hablar, sus palabras me embelesaron y me hicieron olvidar mi impasible actitud frente a todos aquellos que habían pretendido conquistarme. Pero, súbitamente, me di cuenta de una verdad terrible. Me sobrecogí, todo empezó a dar vueltas, y apenas pude balbucear un par de palabras.

Él no era un hombre como cualquier otro. Aquel que me estaba hablando era algo que había venido de un lugar lejano, para revelarme algo horrible. Aquel que me estaba hablando me estaba mostrando qué se sentía al sentir amor por otra persona. Aquel que me estaba hablando me acababa de desvelar lo que había causado en aquellos hombres, que, desventurados, no pudieron evitar amarme sin destruirse en el intento. Y aquello era algo que no podía soportar.

Invadida por la desazón, me condené a permanecer en el firmamento, coronándolo, para poder iluminar en la oscuridad a aquellos desdichados que entregaron algo que nunca se les devolvió. Para poder acompañarles, y servirles con mi presencia. Y desde entonces ese ha sido mi lugar, pues jamás podré resarcir el daño que hice, y debo cargar con ello. Y desde este distante anfiteatro, contemplo la dantesca obra que se presenta ante mí. Las almas vacías me necesitan en sus noches más oscuras para alumbrar sus sombrías cavilaciones. Si pudiera salvar todo lo que destruí, sería capaz de abandonar mi cautiverio, y ser libre, libre para poder escapar. Pero hasta entonces, aquí, en lo más alto, vigilando este desolado reino me hallaré.

Supongo que todavía te preguntas quién fue aquella persona que osó evidenciar mis perversidades.  Me temo que debo confesar, en esta hora oscura, con el manto estrellado custodiando mis palabras, que aquella persona que evidenció mi propia perdición fui yo misma.”