Ella solía pasear todas las
noches por las orillas de aquel lago, sumergido en una oscuridad que sólo el
atrevido firmamento se atrevía a mancillar levemente. Caminaba cerca del agua
serena, sobre la que se reflejaba el manto estrellado que se cernía sobre ella.
Finalmente, se detenía, y contemplaba pausadamente la figura de aquella que
coronaba el firmamento en la noche y que la acompañaba en su enigmático ritual.
Cada noche llevaba a cabo aquel
itinerario; pero en una de ellas, finalizando su recorrido, alzó su cabeza, y
consternada, vio cómo ya no estaba su amada compañera. Desconsolada, se giró
para volver apresuradamente a su hogar, y en ese momento sintió una presencia
tras de sí
“No temas, pues no he
desaparecido. He visto cómo me observas, desde éste lago. Tu cálida presencia
me ha reconfortado especialmente, y gracias a ti he logrado escapar de mi
prisión esta noche. Largo tiempo he estado apresada en mi trono, encadenada,
obligada a custodiar la soledad de aquellos que escapan de la amargura. Pero tú
has levantado la vista, y me has liberado de éste tormento esta noche, por lo
que en señal de gratitud, te contaré mi historia.
Yo era una dama de belleza
incomparable, cuyo afán y mayor entretenimiento consistía en volver locos por
mí a desafortunados hombres, para luego rechazarlos. Tal era mi soberbia, que
en mi corazón no pesaban tales agravios que causaba, y no mermaba mi ruin diversión
por despojar de sus corazones a mis abochornados pretendientes, para después
deshacerme de ellos sin mayor reparo.
Mas un buen día, hubo un hombre
al que no pude rechazar, pues su presencia me cautivó desde un primer momento. No
podía rechazar a aquel que, entre tantos, había despertado mi atención. Y una
vez que comenzó a hablar, sus palabras me embelesaron y me hicieron olvidar mi
impasible actitud frente a todos aquellos que habían pretendido conquistarme.
Pero, súbitamente, me di cuenta de una verdad terrible. Me sobrecogí, todo
empezó a dar vueltas, y apenas pude balbucear un par de palabras.
Él no era un hombre como
cualquier otro. Aquel que me estaba hablando era algo que había venido de un
lugar lejano, para revelarme algo horrible. Aquel que me estaba hablando me
estaba mostrando qué se sentía al sentir amor por otra persona. Aquel que me
estaba hablando me acababa de desvelar lo que había causado en aquellos
hombres, que, desventurados, no pudieron evitar amarme sin destruirse en el
intento. Y aquello era algo que no podía soportar.
Invadida por la desazón, me
condené a permanecer en el firmamento, coronándolo, para poder iluminar en la
oscuridad a aquellos desdichados que entregaron algo que nunca se les devolvió.
Para poder acompañarles, y servirles con mi presencia. Y desde entonces ese ha
sido mi lugar, pues jamás podré resarcir el daño que hice, y debo cargar con
ello. Y desde este distante anfiteatro, contemplo la dantesca obra que se
presenta ante mí. Las almas vacías me necesitan en sus noches más oscuras para
alumbrar sus sombrías cavilaciones. Si pudiera salvar todo lo que destruí,
sería capaz de abandonar mi cautiverio, y ser libre, libre para poder escapar. Pero
hasta entonces, aquí, en lo más alto, vigilando este desolado reino me hallaré.
Supongo que todavía te preguntas
quién fue aquella persona que osó evidenciar mis perversidades. Me temo que debo confesar, en esta hora
oscura, con el manto estrellado custodiando mis palabras, que aquella persona
que evidenció mi propia perdición fui yo misma.”