Cada gota de lluvia que se estrella contra mi ventana es un
silencioso recordatorio de tu ausencia, y de mi ineptitud para paliarla. El
silencio que se respira en las estancias de la vieja casa de nuestros recuerdos
es una puñalada a nuestra memoria. El jarrón que guarda las cenizas de una
apacible vida sin remordimientos se agrieta por momentos. Y yo, aquí, solo. Y
tú, fuera, lejos.
El descanso que me apresa desgaja lentamente mi entereza,
separa nuestro consuelo. Las notas de mi guitarra se funden en una fría
atmósfera que nos envuelve. El tañido de las campanas a media noche despierta
una guerra: la guerra de las conciencias decrépitas. A lo lejos solo se ve
oscuridad, incertidumbre, y ni siquiera el miedo atenazante me convence. La
tormenta no termina, y yo, aquí, solo. Y tú, fuera, lejos.
Asedias mis murallas a costa de una traición, y no confío en
que mañana cese nuestra contienda. Pero esta vez abriré las puertas y dejaré
que asoles mi fortaleza. Las últimas gotas del fracaso cubrirán nuestras
tierras, mas el sol no saldrá. Y cuando haya acabado, nada será lo mismo y todo
seguirá igual. Como granos de arena que se escurren entre nuestros dedos, el
presente se irá. Y yo aquí, solo. Y tú, fuera, lejos.