domingo, 28 de julio de 2013

Solo, lejos

Cada gota de lluvia que se estrella contra mi ventana es un silencioso recordatorio de tu ausencia, y de mi ineptitud para paliarla. El silencio que se respira en las estancias de la vieja casa de nuestros recuerdos es una puñalada a nuestra memoria. El jarrón que guarda las cenizas de una apacible vida sin remordimientos se agrieta por momentos. Y yo, aquí, solo. Y tú, fuera, lejos.



El descanso que me apresa desgaja lentamente mi entereza, separa nuestro consuelo. Las notas de mi guitarra se funden en una fría atmósfera que nos envuelve. El tañido de las campanas a media noche despierta una guerra: la guerra de las conciencias decrépitas. A lo lejos solo se ve oscuridad, incertidumbre, y ni siquiera el miedo atenazante me convence. La tormenta no termina, y yo, aquí, solo. Y tú, fuera, lejos.

Asedias mis murallas a costa de una traición, y no confío en que mañana cese nuestra contienda. Pero esta vez abriré las puertas y dejaré que asoles mi fortaleza. Las últimas gotas del fracaso cubrirán nuestras tierras, mas el sol no saldrá. Y cuando haya acabado, nada será lo mismo y todo seguirá igual. Como granos de arena que se escurren entre nuestros dedos, el presente se irá. Y yo aquí, solo. Y tú, fuera, lejos.


miércoles, 10 de julio de 2013

Áurea

«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta. (John Keats, “Al ver los mármoles de Elgin”) 


La sombra se posa sobre nuestros ojos
las calles se libran de todo tumulto.
Las recorro esquivo en mi vacío antojo
de mirar más allá y sentirme seguro.

Cuando irrumpió en mí, nada supe hacer
que no fuera desgastar todas mis plumas
consumir toda mi tinta, para entrever
la belleza aquella que Áurea oculta.

En sus párpados caía mi delirio
y con su voz frágil lo alimentaba.
Quise obsequiarla con una obra, vestigio
de mi fiel locura por mi amada Áurea.

Mi embelesamiento me llevó a realizar
una solemne creación, que horror causó;
arrojó a los corazones de la ciudad
el oscuro existir de mi cruda pasión.

Las malas lenguas la lograron embaucar
y Áurea asustada, de mis brazos huyó.
Ahora en desdicha, ya no puedo olvidar
la oscuridad de sus ojos, que me apresó.

El tiempo custodiará, firme, mi pesar
y Áurea escuchará otros versos de nuevo.
Más tarde, muchos de aquellos olvidará
y estos que escribo… Son los que no murieron.