miércoles, 10 de julio de 2013

Áurea

«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta. (John Keats, “Al ver los mármoles de Elgin”) 


La sombra se posa sobre nuestros ojos
las calles se libran de todo tumulto.
Las recorro esquivo en mi vacío antojo
de mirar más allá y sentirme seguro.

Cuando irrumpió en mí, nada supe hacer
que no fuera desgastar todas mis plumas
consumir toda mi tinta, para entrever
la belleza aquella que Áurea oculta.

En sus párpados caía mi delirio
y con su voz frágil lo alimentaba.
Quise obsequiarla con una obra, vestigio
de mi fiel locura por mi amada Áurea.

Mi embelesamiento me llevó a realizar
una solemne creación, que horror causó;
arrojó a los corazones de la ciudad
el oscuro existir de mi cruda pasión.

Las malas lenguas la lograron embaucar
y Áurea asustada, de mis brazos huyó.
Ahora en desdicha, ya no puedo olvidar
la oscuridad de sus ojos, que me apresó.

El tiempo custodiará, firme, mi pesar
y Áurea escuchará otros versos de nuevo.
Más tarde, muchos de aquellos olvidará
y estos que escribo… Son los que no murieron.


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