La gotas se deslizaban,
una a una, por su piel ya envejecida,
quizás por el vendaval de las desgracias,
quizás por la inquietud que, en sí, hervía.
En su inmovilidad daba
revista a cada oportunidad perdida,
a cada segundo que ante él atrapa
un instante de satisfacción vacía.
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