Arden,
arden los ecos sordos
en la ciudad vacía
y los cristales rotos
sobre los que caminas
se esparcen por el suelo
y la ciudad ensucian
en un intento incierto
de abrir toda herida.
Arde,
arde el viejo palacio
y el fuego que lo engulle
salpica sus retratos,
de negrura los tiñe.
Los últimos aullidos
se esparcen con el viento
que transporta cenizas
de un olvidado cuento.
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