El manantial se consume, gota tras gota, en su derroche
lujurioso por los insensatos habitantes del lugar, y nadie hace nada por
evitarlo. El agua se acaba, y ni siquiera estas palabras ayudaron a impedirlo,
pues ríos de tinta han agotado la sensibilidad de todas aquellas personas que
no se han molestado en mirar cómo cada vez las profundidades se encontraban
cada vez más turbias. Nadie advirtió que algo se estaba formando en los abismos
que la superficie tenía vetada a la luz del sol, algo incomprensible y terrible
que tensaría las cuerdas de nuestros miedos más primitivos.
La vieja comunidad que vivíamos en aquellos lugares
profanamos el territorio con nuestras costumbres contrarias a la naturaleza,
quemando y cortando árboles, acabando con parte de la colina de la montaña, y
construyendo un enorme pozo al lado del manantial, del cual extraíamos agua.
Aquellos pobres infelices solo acababan con los escasos recursos que la
naturaleza nos brinda.
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