sábado, 7 de septiembre de 2013

"Tregua" 6 de 365: él

¡Hola a todos! en el día de hoy os traigo la tregua de ayer, que como estuve muy liado no tuve tiempo de subir nada. Ésta se trata de algo bastante especial, que es el primer relato de "terror" que escribí, y que no había subido todavía a ningún sitio. A lo largo de este día espero poder subir la publicación correspondiente al mismo, la séptima tregua. ¡Nos vemos!


Reconozco haber sido una persona superficial, frívola, acostumbrada a toda clase de comodidades y placeres, cuál fiel aprendiz de esperpénticos valores sociales desde mi niñez inculcados. No obstante, he conseguido cuanto he querido, pese a mi carácter lánguido y poco idealista, manteniendo una vida reposada y pacífica. Claro que todo ello fue antes de que… él llegara.

Imagino que todos ustedes se sentirán sorprendidos por mi dramatismo; es lógico. Pero lo que a continuación les voy a relatar, no merece una menor atención, y les confieso que la angustia que me produce todo ello hace que sudor y tinta se abracen en estas letras que están leyendo. Me dispongo, pues, a contarles mis singular experiencia; todos ustedes merecen más que nadie conocerlas.

Desde que iba a la escuela, fui un buen estudiante, con bastantes amigos, y una vida tranquila y sosegada es la que tuve todos esos años. Tras estudiar en la universidad, me decidí a buscar trabajo. Pero entonces llegó.

No recuerdo aún la primera experiencia que tuve, pero mi memoria todavía me brinda el conocimiento de que todo ello sobrevino gradualmente, como una gota de lluvia viaja por un vidrio una tarde de domingo lluviosa, congregando a más amigas, para perderse y diluirse tras su recorrido fatal.

¡Ojalá, óiganme todos, ojala el mal que se cernía sobre mi espíritu se hubiera diluido en la tierra cuál nuestra inocente gota de lluvia!

Como les dije, solía ser una persona hasta cierto punto enemiga molestias y quehaceres con esfuerzo y sacrificio implícitos. Qué gracioso resulta, pues todo cambió cuando él se adentró en mí, cual semilla se interna en la tierra, envenenándola con sus raíces demoníacas.
En un principio, pensé que se trataría de un insignificante virus, o pequeña enfermedad. ¿Qué fácil resulta tranquilizar a nuestra conciencia, huir al oasis del autoengaño y la sugestión, escondiéndonos de los demonios de nuestra realidad, no creen?

Pero sabía que no era así. No resultaba una sensación equiparable a cualquiera que hubiera experimentado cualquiera de ustedes o yo, anteriormente. Consistía en algo ajeno al dolor físico o psicológico: cómo, deteniéndose las agujas del reloj, nacía un sutil y continuado estallido dentro de mí, haciéndome sentir cómo docenas de arañas recorrían mi interior, con sus patas impregnadas en un veneno más letal que cualquier mortífera solución que puedan conocer.

Pensarán todos ustedes, como es natural, que a medida que ampliaba la magnitud de esta infección infernal, tuve que tratar, en algún momento, de buscar ayuda. ¡Cuán afortunado hubiera sido pues, amigos míos!

No podía hacerlo. No se trataba de vergüenza, o de que no creyera que fueran capaces de ayudarme. Él no me dejaba. Desde la más profunda cueva de mi alma, una terrible maldición doblegaba a mi espíritu, que me impedía pedir cualquier ayuda. Cada vez que me afectaban estas horribles sacudidas de las que les he hablado, mi figura humana no reaccionaba físicamente: continuaba haciendo toda labor o tarea en la que me encontrase inmerso. En todos y cada uno de estos episodios, mi cuerpo seguía obrando como un autómata, y no podía expresar ningún gesto de contrariedad, ni desahogar el sufrimiento que oprimía mi ser: él me lo impedía. Hubiera preferido cualquier tortura, por sanguinaria y cruel que fuera, que todo aquello por lo que pasaba; me hallaba en una celda en la que mi desesperación no podía ser exteriorizada, ni podía hablar con nadie de todo aquello.

En verdad, es curioso... No recuerdo nada de lo que he hecho ahí fuera recientemente; sé que he estado allí, cual títere actuando bajo un macabro guión.

Pero en todo momento he sido sentido esa horrible sensación;  cómo, deteniéndose las agujas del reloj, nacía un sutil y continuado estallido dentro de mí, haciéndome sentir cómo docenas de arañas recorrían mi interior, con sus patas impregnadas en un veneno más letal que cualquier mortífera solución que puedan conocer.

Sin embargo, hemos llegado un punto en el que hay algo que todos ustedes se preguntan, o deberían preguntarse, en todo caso.
¿Cómo es posible que me halle escribiendo estas líneas, habiendo perdido de manera tan truculenta todo control sobre mi persona física?

Quizás piensen que, por fin, haya logrado vencer a este terrorífico mal que recorría mis entrañas. Lamento informarles de que no es así.

Estas líneas han sido escritas por la más macabra y terrorífica esencia que haya podido sobrevenir dentro de cualquier ser, que a modo de grotesco intérprete, ha robado y transcrito los sentimientos y vivencias de su cautivo, yo, funesto títere, sometido al más desesperante y enloquecedor uso de mi cuerpo, burlado ahora, viendo como él, el opresor de mi espíritu, firma con mi propio puño este relato.

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