-No estábamos del todo seguro de que el experimento fuera a
resultar exitoso, señor.
-¡Maldita sea, ese demente está por ahí fuera, y dadas las
circunstancias puede suceder cualquier cosa!
-Le aseguro que en este momento estará asustado y
desorientado, y no será un peligro.
-Eso espero, pues en caso contrario… ¡Más vale que recemos!
Mientras tanto, en una vetusta calle de Londres corría
Howard Black, confuso por sus extraños recuerdos, recuerdos que su insistente
dolor de cabeza apenas le permitía recordar. Entreveía ligeramente las luces
que salían de las pequeñas ventanas de las viejas casas de aquel barrio, cuyos
propietarios reposarían tranquilos tras un duro día, a diferencia de él, cuya
falta de recuerdos le atormentaba tenazmente. Recordaba haber pasado meses
encerrado, habiendo apenas comido, en una pequeña y fría celda, mas todavía su
memoria no alcanzaba a vislumbrar el motivo de su encierro.
Cerca de allí había una pequeña taberna, y decidió acercarse
y descansar, agotado por la agitación de las últimas horas. Una vez dentro, se
aproximó al tabernero, y antes de que comenzara a hablar al dueño del
establecimiento, éste palideció, y mientras una pátina de sudor le recorría la frente
y Howard se sobrecogía, le rogó en voz baja que se fuera por donde había
venido, antes de que tomara otras medidas. Salió presurosamente antes de que aquel
hombre mediara otra palabra, y en ese preciso momento se dio cuenta de que
comenzaba a anochecer, y que las calles se encontraban absolutamente vacías, excepto
por varios hombres a caballos que se distinguían a lo lejos, cerca de las
últimas casas de la zona. Se preguntó que qué sucedería, quiénes eran aquellos
hombres, y sobre todo, si alguno de estos interrogantes estaría conectado con
todo el tiempo en que estuvo cautivo en aquellas estancias, sumergido en las
sombras y el miedo.
No esta nada mal y mucho me temo que Howard Black tiene mucha historia a sus espaldas aunque el mismo no lo recuerde.
ResponderEliminarBesos grises