sábado, 9 de noviembre de 2013

"Tregua" 70 de 365: el cristal

¡Hola a todos! Aquí os dejo un poema algo más extenso en relación con los otros que suelo hacer. Me ha costado bastante trabajo y tiempo realizarlo, espero que os guste, se titula "el cristal". ¡Nos vemos!


En una noche cualquiera, me decidí a subir, al fin,
la decrépita escalera que conduce a mi olvidado desván;
de su férrea puerta, custodiante, la llave no perdí,
aunque tras su último uso, muchos años huyeron ya.
Mi morada... ¡cuán extensa era, que ni a los que vio morir
mostró su esencia oculta, su entraña sobrenatural!
Y sus ígneas vidrieras
tu alma podrían reflejar.

La puerta rugió al abordarla mi llave, mas no dudé
y así mi farol, por lo que retrocedió la oscuridad.
La penumbra embargó hasta el último soplo de aire
cuando mis pisadas ultrajaron la quietud del lugar;
el viento, espantado, huyó, cerrando los ventanales,
y entonces una nube esquiva a la luna quiso ocultar.
Su sombra impasible
sentí, tras el cristal, brillar.

Pude distinguir a una rosa negra seca en su jarrón,
y sobre la misma mesa, las cenizas de una carta.
Proseguí, mientras me abordaba el recuerdo y su rumor;
el susurro de la melancolía, que a su amo extraña.
Desde que mi arma balas para el dolor no pudo hallar,
ella, inagotable, en todos mis viajes me acompaña.
Su voz, en noches como ésta,
de sus labios vuelve a brotar.

Rodeado de objetos que al olvido fueron postrados,
mi atormentada conciencia crepitaba intranquilidad:
tras abrir la puerta, o antes, uno me había observado.
Al fondo de la sala algo había, mas se quería ocultar,
pues una gruesa tela cubría a aquello, tan extraño:
 sentía que hasta mi propia respiración podía captar.
Mas me acerqué, y confieso
que algo me hubo de obligar.

Ante el misterioso mueble me quedé petrificado,
pero el miedo sacudió mis pensamientos: sin dudar,
retiré el tejido, y entonces retrocedí unos pasos:
aquello que tenía ante mí era un cristal singular,
pues su superficie mostraba ya el paso de los años.
Mas algo insólito noté,
bajo el vidrio, murmurar.

Tras el cristal, solo se distinguía la oscura pared,
y su marco y ornamentos desgastados se hallaban ya,
mas la luna, insumisa, de las nubes huyó, y esta vez
su fulgor conquistó la sala, otorgando vida al cristal.
Sobrecogido por lo que acababa de suceder,
creí que mis sentidos me acababan de traicionar;
pero la vítrea realidad
se acababa de despertar.

Un hombre permanecía de pie, al otro lado del cuadro;
respiraba tan despacio que su vaho se podía palpar.
Me atreví a preguntarle quién era, cómo había llegado,
cual había sido su suerte, y si me podía ayudar.
Obtuve cual respuesta un gesto que se me antojó extraño,
pues palideció al oír mi voz y comenzó a susurrar,
más me acerqué al vidrio,
y entonces pude escuchar.

"Hace tiempo, no transitábamos por sendas distintas;
simplemente nos cogíamos de la mano al caminar,
sin mayor miedo del que el impredecible amor revista
nuestras problemas más hondos, pues los pudimos olvidar.
Pero el destino fijó nuestra desdicha, amada Livia,
mas aquel no ha permitido que yo te pueda olvidar".
Estas palabras llegaron a mí
cual terrible tempestad.

¿Cómo había osado aquel desconocido robar los versos,
que entregué a mi amada Livia antes de que hubiera de expirar?
Solo ella los pudo escuchar, agonizando en su lecho,
y desde aquel momento, solo han sido de su propiedad.
Furioso, al presenciar tan desmedido improperio,
por la memoria de Livia, a ese hombre había de castigar:
empleando mis propias manos,
el vidrio debía quebrar.

Golpe tras golpe, sentía caer los trozos a mis pies,
y mi sangre salpicaba el suelo, cuando logré acabar.
Mas cogí un trozo de cristal, y no pude ver a través:
solamente mi rostro reflejado pude contemplar.
Aquello no era un cristal; lo único que había podido ver
fue lo que un espejo hubo, ante mí, de reflejar,
y presa de su reflejo,
de él jamás podré escapar.

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