martes, 30 de octubre de 2012

¿Ya estás despierto?

- Tu conducta habla por ti.
- Joder…
- ¿Te hace sentir mal el reconocer que tienes miedo?
- Sí, tengo miedo, cabrón, y como te pille acabaré contigo…
- No necesitas ser tan soez y agresivo para manifestar que tienes miedo. Porque lo tienes, y ello te hace sentir débil.
- ¡No es cierto!
- Claro que lo es. Si no te sintieras débil no necesitarías toda esa hostilidad que manifiestas hacia a mí.
- ¿Quién eres?
- Eso ya me lo has preguntado.
- No lo recuerdo.
- ¿Por qué haces esto? No lo entiendo muy bien…
- Eso ya es otra pregunta.
- Es cierto, pero es que no sé nada sobre ti, ni sobre esta situación en la que me encuentro.
- Espera.
- ¿Qué?
- Lo has reconocido.
- ¿El qué?
- Que no sabes nada.
- ¡Es que es así!
- ¿Y por qué has montado en cólera hace un momento?
- Bueno… He perdido los nervios, es lógico.
- Sí, es lógico hasta cierto punto.
- ¿Por qué hasta cierto punto?
- No te he intimidado, o por lo menos no deliberadamente.
- Tienes razón, me he enervado sin que tú hayas mostrado ninguna actitud hostil.
- ¿Cuál crees que ha sido el motivo?
- Tenía… Bueno, todavía tengo algo de miedo, no sé donde estoy ni qué hago aquí.
- ¡Es cierto, tienes miedo!
- Vaya… Estoy más tranquilo, pero no sé qué pensar.
- Estás más tranquilo… ¿Por qué? No ha cambiado la situación desde que te enojaste.
- Pues no, pero…
- ¿Pero… qué?
- Que me has hecho ver que me he cabreado sin motivo.
- Bien.
- Estoy confuso…
-Es evidente.
- ¿Quién eres?
- Es la tercera vez que me lo preguntas.
- Sí, soy consciente.
- Te respondo lo mismo que hace unos minutos. Soy el artífice de que estés aquí.
- ¿Para qué me has traído?
- ¿Tú qué crees?
- Parece que solo me respondes con más y más preguntas. ¿Por qué?
- ¿Tú qué crees?
- Pues no lo sé.
- No te he preguntado lo que sabes o no. Te he dicho qué crees. Es distinto creer que saber.
- Pues creo que es para confundirme. ¡Solo quieres hacer que me sienta desconcertado!
- Vale.
- Me da la sensación de que estoy perdiendo el tiempo.
- No creo que estés perdiendo tiempo alguno.
- Cada vez estoy más hecho un lío…
- ¿De verdad?
- Sí. ¿Puedo saber al menos cómo te llamas?
- ¿Para qué quieres saberlo? Mi nombre no te dirá nada de mí. Ningún nombre dice nada sobre nosotros, y sin embargo nos cuelga una etiqueta al igual que todo aquel que lo tiene. Hacen que seamos más parecidos entre nosotros de lo que realmente somos. Ciertamente, deberías haberme preguntado cómo soy.
- ¿Cómo eres?
- ¿Y tú cómo eres?
- ¿Por qué no me respondes?
- No lo haré hasta que me digas cómo eres.
- Pues bueno… No es una pregunta fácil.
- Nadie ha dicho que lo fuera.
- Maldita sea, he empezado yo preguntando, estoy harto de que solo tengas preguntas como respuestas a mis preguntas.
- Mis preguntas te llevan a la respuesta de tu propia pregunta. Si me respondes, te responderás a ti mismo.
- ¿Por qué haces… eso?
- Lamento decirte que las cosas que dices que son tan importantes, no son importantes, sino urgentes. Quieres salir de aquí rápidamente. Pero no puedes permitirte confundir lo urgente con lo importante.
- ¿Y qué es lo importante?
- Eso tienes que descubrirlo tú, no yo. Te puedo ayudar, pero solo lo puedes conseguir por ti mismo.
-¿Cómo puedo descubrir lo que es importante, y lo que no?
- Ahora mismo no andas muy cerca de averiguar la manera, lo siento.
- Vaya…
- Te noto más tranquilo.
- Lo estoy, pero tengo muchas dudas.
- Eso está muy bien.
- No, lo que estaría bien es saber que hago aquí.
- Podría mentirte y decirte una razón falsa de por qué estás aquí, y sentirías, en tu ignorancia, pensarías que está bien el saber qué haces aquí, cuando estabas más cerca de la verdad en el momento en que dudabas.
- ¿Eso significa que no debo creerte?
- Eso es decisión tuya.
- Pues la verdad es que ahora estoy empezando a dudar y no creer en lo que dices… Después de decirme que podrías estar engañándome…
- Eso es una paradoja. Dudas de mí al haberte dicho esto, y si yo te hubiera engañado y no te hubiera planteado la posibilidad de que lo estuviera haciendo, habrías creído mi mentira. Qué curioso, ¿no?
- No me he dado cuenta de ello… Si no, no te hubiera creído hasta ahora.
- ¿Me has creído hasta ahora?
- Sí.
- ¿Por qué?
- No lo sé.
- ¿Aceptas todo con la misma facilidad? ¿Nunca te planteas lo que te dicen?
- Yo creo que sí.
- Pues yo sé que no. Me lo acabas de demostrar. Te lo acabas demostrar.
- Puede que debería plantearme las cosas, no ser tan confiado…
- Eres confiado y desconfiado a la vez. Antes, al sentirte intimidado por mí sin apenas motivo, has desconfiado y te has enfurecido, y ahora te has mostrado demasiado confiado. Es absurdo. Eres absurdo.
- Pero es que me confundes y me haces sentir desconcertado…
- Yo no soy el problema. Eres tú el causante de todo ello.
- Pero es que estoy con los sentimientos a flor de piel, con el miedo, y después la confianza, y…
- No solo estás con los sentimientos a flor de piel: ellos te dominan. Y no te das cuenta.
- Ahora sí.
- Bien.
- ¿Es importante el que lo sepa?
- Claro.
- ¿Puedo seguir preguntándote para clarificar lo que es importante?
- Debes hacerlo.
- ¿Por qué estamos con sin luz alguna?
- ¿Qué necesitas ver?
- El lugar en el que estoy, tu rostro.
- No es necesario, ni mucho menos importante. No te aportaría nada, solo información innecesaria.
- Parece que solo pregunto cosas poco importantes.
- Tus preguntas son importantes, porque al ser las respuestas referidas a aspectos poco importantes, te ayudan a llegar hasta aquello que sí lo es.
- Entiendo.
- Ahora pregunto yo. ¿Por qué crees que digo que es innecesario el ver todo lo que hay a tu alrededor?
- Pues no estoy muy seguro…
- Porque solo nos dan apariencias. Las apariencias siempre nos engañan. Limitan nuestras capacidades, condicionan nuestras opiniones respecto a todo lo que nos rodea. Nos guiamos por las ellas, vivimos en un mundo donde en el que abarcan todo nuestro interés, equivocadamente. Ellas nublan todo nuestro criterio, y nos impiden ver más allá de ellas. Por eso no conocemos la auténtica belleza; las apariencias son su máscara, y valoramos esa máscara, porque detrás de ella estamos vacíos. Tú mismo has dudado y has entrado en varias contradicciones, al verte desprovisto de todo esa falsa seguridad que te aporta el estar en un lugar de siempre, con tu conducta y rutina, con tu aspecto físico frente a los demás que te rodean, en definitiva, tus apariencias. Al cambiar, te has visto débil; somos débiles porque no tenemos capacidad de adaptarnos a lo que es distinto y no conocemos, y por ello reaccionamos con confusión, desconfianza, agresividad, ira… y miedo.
- Debo admitir que tienes razón.
- ¿Quieres encender la luz?
- No.
- ¿Quieres saber cómo me llamo?
- No.
- ¿Quieres irte?
- No.
- ¿Por qué?
- Porque ya no pienso igual que hace cinco minutos.
- Más concretamente, piensas por ti mismo, aunque para ello haya tenido que convencerte yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario